Editorial
La
necesidad de apuntar a la plena integración de los adultos mayores
La experiencia puesta
en práctica en nuestra ciudad consistente en la participación de personas de
edad -muchas de ellas mayores de 80 años- en actividades teatrales, tal como
quedó reflejado en un artículo publicado en este diario, se concilia con una tendencia
mundial que apunta a la plena integración de los adultos mayores a la vida
social en todas sus expresiones, como primer reconocimiento al fenómeno del
crecimiento de las expectativas de vida.
El año pasado se
conocieron referencias acerca de un crecimiento en más de tres años de la
expectativa de vida en nuestro país, según datos que confirmaron la dirección
sostenida de una tendencia que es mundial, favorecida por los avances de la
medicina, entre ellas las campañas de vacunación. Lo cierto es que el estudio
global realizado por el Instituto la Medición y Evaluación de la Salud, un
centro independiente de investigación de la Universidad de Washington, en
Estados Unidos, determinó que en la Argentina la expectativa de vida, tanto
para las mujeres como para los hombres, creció en promedio 3,3 años desde 1990
hasta 2013. Concretamente, entre las mujeres pasó de 76 a 79 años de edad y en
los hombres de 69 a 72, aún cuando el trabajo también estableció que en el país
aumentaron las muertes por enfermedades prevenibles.
Lo cierto es que,
además de los enormes y complejos problemas médicos y asistenciales que plantea
el envejecimiento de la población, se conoce también acerca de la falta de
previsiones existentes para resolver otros problemas de la tercera edad.
Resulta innegable que el problema adquiere muy serios perfiles y que muchas de
las demandas de las personas mayores siguen sin ser atendidas. A grandes rasgos
conviene poner de relieve que la superpoblación de longevos ha empezado a crear
derivaciones, que debieran ser resueltas en forma perentoria: la primera de
ellas, la crisis del sistema previsional, cuyo peso recae sobre las franjas de
población activa cada vez más reducidas.
En muchos de estos
casos, la llamada pasividad no constituye un problema sólo para personas que
están en perfectas condiciones físicas y mentales, sino también para la
sociedad que pierde sus aún ricas potencialidades y mantiene a tantos seres
ociosos.
Está muy claro ahora
que la denominada globalización de la vejez reclama un cambio de conceptos y
estrategias y hasta de una nueva cultura social que incluya, por caso, el
ámbito del lenguaje- en el que sigue imperando una idea casi despectiva de la
gente mayor, utilizando términos como “anciano” o “sexagenario” como se lo
hacía un siglo atrás, cuando la expectativa de vida era mucho menor- hasta
modificaciones profundas en aspectos sociales y económicos relacionados a esta
materia.
Lo que se requiere es que,
más allá de aquellas cuestiones que conciernen al Estado, es que la sociedad en
su conjunto apunte a consolidar una mayor integración de las personas mayores
al entorno social y es, justamente, en esa inteligencia, que deben ponderarse
iniciativas como las que han tomado cuerpo en la ciudad, que emplea con éxito
el recurso del teatro con ese loable fin.
Además de aquellas
atenciones básicas que la tercera edad merece, se trata de estructurar con
imaginación un nuevo contexto que les otorgue mayor dignidad e inclusión a
personas que, sólo por razones de edad, están injustamente devaluadas, a las
que es preciso darles, además de retribuciones acordes a su condición, las
prestaciones que correspondan y un rol activo en la sociedad.
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