21/12/15

El Día

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Editorial
La necesidad de apuntar a la plena integración de los adultos mayores

La experiencia puesta en práctica en nuestra ciudad consistente en la participación de personas de edad -muchas de ellas mayores de 80 años- en actividades teatrales, tal como quedó reflejado en un artículo publicado en este diario, se concilia con una tendencia mundial que apunta a la plena integración de los adultos mayores a la vida social en todas sus expresiones, como primer reconocimiento al fenómeno del crecimiento de las expectativas de vida.

El año pasado se conocieron referencias acerca de un crecimiento en más de tres años de la expectativa de vida en nuestro país, según datos que confirmaron la dirección sostenida de una tendencia que es mundial, favorecida por los avances de la medicina, entre ellas las campañas de vacunación. Lo cierto es que el estudio global realizado por el Instituto la Medición y Evaluación de la Salud, un centro independiente de investigación de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, determinó que en la Argentina la expectativa de vida, tanto para las mujeres como para los hombres, creció en promedio 3,3 años desde 1990 hasta 2013. Concretamente, entre las mujeres pasó de 76 a 79 años de edad y en los hombres de 69 a 72, aún cuando el trabajo también estableció que en el país aumentaron las muertes por enfermedades prevenibles.

Lo cierto es que, además de los enormes y complejos problemas médicos y asistenciales que plantea el envejecimiento de la población, se conoce también acerca de la falta de previsiones existentes para resolver otros problemas de la tercera edad. Resulta innegable que el problema adquiere muy serios perfiles y que muchas de las demandas de las personas mayores siguen sin ser atendidas. A grandes rasgos conviene poner de relieve que la superpoblación de longevos ha empezado a crear derivaciones, que debieran ser resueltas en forma perentoria: la primera de ellas, la crisis del sistema previsional, cuyo peso recae sobre las franjas de población activa cada vez más reducidas.

En muchos de estos casos, la llamada pasividad no constituye un problema sólo para personas que están en perfectas condiciones físicas y mentales, sino también para la sociedad que pierde sus aún ricas potencialidades y mantiene a tantos seres ociosos.

Está muy claro ahora que la denominada globalización de la vejez reclama un cambio de conceptos y estrategias y hasta de una nueva cultura social que incluya, por caso, el ámbito del lenguaje- en el que sigue imperando una idea casi despectiva de la gente mayor, utilizando términos como “anciano” o “sexagenario” como se lo hacía un siglo atrás, cuando la expectativa de vida era mucho menor- hasta modificaciones profundas en aspectos sociales y económicos relacionados a esta materia.

Lo que se requiere es que, más allá de aquellas cuestiones que conciernen al Estado, es que la sociedad en su conjunto apunte a consolidar una mayor integración de las personas mayores al entorno social y es, justamente, en esa inteligencia, que deben ponderarse iniciativas como las que han tomado cuerpo en la ciudad, que emplea con éxito el recurso del teatro con ese loable fin.

Además de aquellas atenciones básicas que la tercera edad merece, se trata de estructurar con imaginación un nuevo contexto que les otorgue mayor dignidad e inclusión a personas que, sólo por razones de edad, están injustamente devaluadas, a las que es preciso darles, además de retribuciones acordes a su condición, las prestaciones que correspondan y un rol activo en la sociedad.

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